El desorientado

El desorientado 

Él pasaba la aspiradora cuando sonó el teléfono, o al menos eso le pareció ya que el ruido de ese artefacto viejo, que casi no aspiraba, lo hizo dudar.

Pensó si habría otra aspiradora, un aparato más nuevo, pero no lo recordaba. Le parecía increíble que hubiese vivido cincuenta años en esa casa y no tuviera idea de dónde estaban las cosas. La realidad era que ella se encargaba de todo y ahora lo había abandonado. Ella y también toda su familia. – A nadie le interesaba pasar horas con un viejo- , pensó con rabia.

Se quedó un rato en el medio del dormitorio pero ya el teléfono había dejado de sonar, probablemente nunca sonó, solo se lo imaginó, lo más probable era que el ruido de ese aparato infernal lo hubiera confundido.

Encendió nuevamente la aspiradora, y mientras la pasaba con desgano y sin buenos resultados, pensó en lo confundido que se sentía últimamente. A veces los pensamientos se le agolpaban – ¿había otra aspiradora un poco más nueva en la casa?- ¿cuándo se había ido Carmen?- ¿sería verdad que le metía los cuernos con el carnicero como le había dicho esa persona que lo llamó por teléfono?… ¿cuándo fue eso? ¿La semana pasada? ¿Carmen se habría ido con él? – 

Dudaba si las cosas habían pasado ese día, la semana anterior o hacía años, todo le resultaba muy confuso y lo enojaba.

En un momento se dio cuenta que estaba parado con el tubo de la aspiradora a modo de mástil, como si fuera el abanderado en la escuela, –  nunca fui abanderado- dijo sonriente como si alguien lo escuchara – no era muy inteligente y además era vago, probablemente por eso la maestra nunca me eligió –  .- ¿Qué era lo que hacía ese ruido? ¿por qué la aspiradora estaba encendida? La apagó, el teléfono estaba sonando en el living, se apuró para ir a atenderlo, pero tropezó con el cable y estuvo a punto de caerse, gritó – Carmen, ¿me haces el favor de atender el teléfono? El teléfono seguía sonando… gritó – Qué mina inutil que sos, nunca me ayudas con nada- . Logró desenredarse pero cuando llegó hasta el living el teléfono había dejado de sonar, puteó – ¿Dónde carajo estás, Carmen?

Volvió al dormitorio y vió la aspiradora desparramada y se preguntó quién la habría dejado en el medio del paso, que alguien podía caerse. Pensó que esa casa era un caos, como su cabeza. No recordaba qué estaba haciendo, decidió llamar por teléfono a la vecina para preguntarle si Carmen estaba en su casa, sabía que a veces ella iba tomar mate y a charlar, seguramente a criticarlo también, de eso estaba seguro.

Levantó el tubo del teléfono, miró el teclado y no supo qué tenía que hacer, se dio cuenta además que no sabía el número de Olga, la vecina. Pensó que esto había sido un plan de Carmen para irse con el verdulero ¿o era el panadero? Colgó el teléfono con violencia y fue a la cocina, había ido a buscar algo pero no sabía exactamente qué. Se sentó en un banquito y se puso a llorar, los pensamientos de abandono volvieron a su cabeza. Sonó nuevamente el teléfono pero decidió no atenderlo, no quería escuchar otros cuentos sobre Carmen y los cuernos que le ponía con otros hombres. Se levantó de golpe y  fue nuevamente hasta la habitación que había compartido con ella, esquivando la aspiradora. Abrió el placard y encontró la ropa de Carmen en su lugar, no se había llevado nada. Entonces decidió revisar la mesa de luz de su esposa, donde seguramente habría algún dato, alguna pista de dónde se había ido. Encontró unos papeles, uno de ellos decía: “Papá no te olvides de tomar esta pastilla a las 4” pero su mirada quedó fija en otro papel que lo dejó desconcertado. Era un certificado de defunción que tenía el nombre de María del Carmen González, su mujer. Lo miró con desprecio y gritó – qué bien que la hiciste Carmencita, qué bien que la hiciste- El teléfono en el living volvió a sonar.

LauTul

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