Lomas del Mirador, Buenos Aires, Argentina

GP: Bueno, entonces lo mejor sería que borremos lo de “seria” ¿no? (Risas)

GP: ¡¡¡Uh!!! Una pregunta muy difícil. El problema es que no creo mucho en las adaptaciones. ¿Cómo explico esto? Apocalipsis Now de Francis Ford Coppola fue una gran adaptación del cuento El Corazón de las Tinieblas de Conrad. Si a vos nadie te dice que fue una adaptación, no te hubieses dado cuenta. Coppola se inspiró en Conrad para hacer su obra y eso para mí, es una adaptación. 

Relaciones Peligrosas, película de los 80 muy premiada, me pareció horriblemente aburrida y era una adaptación de Las Amistades Peligrosas, una novela que me había gustado mucho.

Otra adaptación terrible es la que hizo Carlos Hugo Christensen sobre La intrusa de Borges. El mérito del cuento, que es buenísimo, es construirse sobre la ambigüedad y la decisión que toma el director es destruirla, eligiendo, además, de todas las opciones que se proponen, la más ramplona.
Sin embargo, es una película que me divirtió mucho. Me acuerdo que me reí mucho en el cine pensando en la reacción que tendría un tipo tan pacato como Borges con una película muy típica del destape de los ochenta en Argentina. Mucho después, leyendo el Borges de Bioy supe que no me había equivocado ¡Casi le da un ataque al pobre!

GP: Empecé a escribir a los dieciséis años. Hasta esa edad había leído bastante: novelas policiales, sobre todo las de Agatha Christie, los clásicos, en la traducción de la colección Robin Hood, y muchas novelas random que encontraba en la biblioteca de mi casa. Eso creo que marcó mi forma desordenada y aleatoria de leer.

A los dieciséis leí Flores Robadas en los Jardines de Quilmes de Asís y quedé totalmente fascinado. Y debido a esa fascinación empecé a escribir. Lo primero fue una “biografía”. En mi casa, habían comprado una máquina de escribir portátil, así que un fin de semana, me acomodé frente a ella con unos cuadernillos de folios oficios (que nunca supe de dónde salieron) y envuelto en una robe de chambre, que me parecía la forma en que un escritor debía escribir, puse manos a la obra. Dos horas después, culminé mi obra.

La “biografía”, que no eran más que unas pocas observaciones sobre mis temas de interés, estaba terminada. El lunes siguiente, lleno de expectativa, la llevé al colegio. Varios de mis compañeros la leyeron y me dieron su aprobación. Desde ese día, me sentí un escritor.

En mi casa habían comprado una máquina de escribir portátil junto con unos cuadernillos y envuelto en una robe de chambre, que me parecía la forma en que un escritor debía escribir, puse manos a la obra.

GP: Creo que la “introspección” es el hilo conductor. Y supongo que por eso definí a mi primer texto como una biografía, aún con todas las salvedades, fue todo un símbolo iniciático. 

Otra tendencia de mis textos es el minimalismo. Pareciera ser que mi mirada se siente atraída por la anécdota pequeña, más que por la epopeya. Por supuesto, que amo leer a Víctor Hugo relatando en Los Miserables cómo se desarrolló la Batalla de Waterloo; pero yo elegiría contar alguna peripecia mínima de un acompañante de las tropas previo al combate y que tenga alguna marca simbólica que me interese.

Hoy estoy en las antípodas del método de Kerouac. Estoy convencido que la escritura es, sobre todo, reescritura y que no existe eso que llaman inspiración. Para mí, hay que sentar el culo en la silla, día tras día, con ganas y sin ganas. Si es posible, en horario fijo, escribir y corregir y, después, volver a corregir.  

Creo firmemente que la hoja en blanco es un mito. Hay días que uno escribe mejor y, otros, que lo hace peor. Sin embargo, eso no es muy significativo. Implica, simplemente, que al momento de corregir, en el primer caso habrá que trabajar menos y en el segundo más. Lo que entiendo que es fundamental y no negociable es la rigurosidad al corregir.

Uno de los problemas para aquellos que, como yo, no escribimos en forma rentada es encontrar el tiempo y luego respetar ese espacio de escritura. El trabajo, entendiendo como tal, el que nos reporta dinero a cambio, es muy valorado, no sólo por uno, sino también por la familia y los amigos. A nadie se le ocurre ofenderse si rechazamos una invitación en horario laboral, muy distinta sería la reacción si respondemos que no la aceptamos porque tenemos que escribir. Entiendo que la única manera para lograr que nuestro espacio literario sea respetado es tratar de ser irrestrictos en su defensa.   

Para mí, hay que sentar el culo en la silla, día tras día, con ganas y sin ganas. Si es posible, en horario fijo, escribir y corregir y, después, volver a corregir.

GP: Para mí, la idea de pensar la literatura a partir de los géneros literarios no es productiva. Por ejemplo, ¿La llamada de Leila Guerriero es una biografía? No creo. O hay que ser muy laxo con los límites del género para entender que sí. Hay escritoras como Mariana Enríquez en el género de terror o Angélica Gorodisher en la ciencia ficción que realizan un aporte extraordinario. A mí, particularmente, me interesa moverme, como Leila Guerriero, en los márgenes de los géneros, tomando lo que me interesa, pero desinteresándome de las reglas. 

A nadie se le ocurre ofenderse porque rechazamos una invitación en horario laboral, muy distinta sería la reacción si respondemos que no la aceptamos porque tenemos que escribir.

GP: Me gustaría tener una charla con Cervantes. Me encanta su sentido del humor y creo que en la charla se burlaría mucho de mi admiración hacia él. El diálogo que imagino sería muy cercano al que tiene el yo autoral con Pancracio de Roncesvalles en la adjunta del Viaje del Parnaso.

Otra charla que me encantaría tener sería con Julio Cortázar. No fui la excepción a casi todas las personas de mi generación. Leyendo Rayuela, me soñé allí, en París, escuchando jazz, tomando alcohol en grandes cantidades y teniendo larguísimas conversaciones nocturnas. Hubo un tiempo largo, debo reconocer, que no quise ser escritor, quise ser Cortázar.

Otra reunión con escritores que imagino sería ir a cenar a la casa de Bioy Casares y Silvina Ocampo. Obviamente, el otro invitado debería ser Borges y, si se me permite abusar de la cordialidad de los anfitriones, José Bianco. Necesitaría, por lo menos, estar invitados dos veces. La primera, después de la cena, me gustaría participar en la génesis de algún cuento de Bustos Domecq y, en una segunda noche, evitar esa habitación donde, noche a noche, escriben Borges y Bioy, para escaparme a cuchichear con la excluida Silvina.  

Me gustaría charlar es con Cervantes. Me encanta su sentido del humor y creo que en la charla se burlaría mucho de mi admiración hacia él.

GP: Es una respuesta muy difícil porque son cientos. Siendo muy injusto, lo mínimo, es pensar en tres épocas. En una primera época fueron muy importantes tres novelas: Flores robadas en los jardines de Quilmes, Rayuela y On the road, como ya te había comentado.

Una segunda época, hace veinte años, fue cuándo comencé a estudiar Letras. Recuerdo mi deslumbramiento con El beso de la mujer araña y el universo ficcional de Manuel Puig. Mi estudio meticuloso y fascinado de Operación Masacre de Walsh y mi enamoramiento con la obra de Borges. También mi descubrimiento asombrado de las ficciones de Saer y Piglia. La lectura acompañada del Quijote, sobre todo de la segunda parte, fue una experiencia inolvidable y deslumbrante.

Una tercera época, más difusa, incluye, y sigo siendo injusto, las ficciones de Hemingway y Faulkner y, más recientemente, Leila Guerriero y Paul Auster.

GP: Estuve en algunos talleres, pero siento que todavía no encontré uno dónde me haya sentido, por un lado, contenido y, por el otro, retado a mejorar.  Sin embargo los talleres son importantes para evitar la procrastinación. 

GP: Participé de algunos concursos y lo que más me gusta es el sentido definitivo que se le debe dar a los textos y, en consecuencia, el fuerte trabajo de edición sobre los trabajos a presentar.

Todavía no publiqué. Espero sentirme más seguro de mis textos para hacerlo.

GP: Estoy leyendo la novela El último encuentro de Sandor Marai, que trata sobre el reencuentro de dos amigos que se habían alejado durante muchos años. Lo que más me gusta de la novela es el tono con el que está hecha. Los dos amigos, hombres ancianos y solitarios, que vivieron sus vidas escondiendo la crisis de su fraternidad, desarrollan el relato morosamente: eluden las revelaciones bruscas y buscan trabajosamente las palabras adecuadas para abordar el secreto que les arruinó la vida. Creo que el mérito de esta novela está en la elección del tono y del vocabulario, un poco barroco, con el que está construida. Reafirmo, una vez más, que la valía de un texto está no tanto en lo qué se cuenta sino en cómo se lo cuenta. 

GP: Cuando a alguien dice “no te asustes” no hay forma de evitarlo. Es como decir no pienses en elefantes rosas… (Risas)

GP: Si, claro.

GP: La voz humana. Es el que más me conmueve.

GP: Hernández. Aunque no soy para nada monógamo

GP: Verano, odio el frío con todo mi corazón. 

GP: ¡Me cercenaste la mayoría de las opciones en las que estaba pensando! (Risas) No, hablando en serio, me preocupa mucho la actual falta de empatía y crueldad. Supongo que mi deseo sería tratar de reparar, aunque sea en parte, esa maldición. 


Nunca más lo vi - Guillermo Pulleiro
Era el Día de la Independencia y el club del barrio organizaba una fiesta. Aunque nunca, en mis ocho años de vida, mamá se había comprado algo para ella, ese nueve de julio estrenaría un vestido.

Se levantó temprano y lo preparó junto a unos zapatos con mucho taco, que apenas había usado en alguna fiesta de casamiento. Yo, que había dormido mal como consecuencia del sueño intranquilo de mamá, desperté con la triste pereza que provoca el insomnio.
Necesitaba ir al baño, pero mamá se demoraba en salir. Algo me decía que, ese día, era mejor esperar callado y aguantar. Cuando finalmente salió, entendí lo que motivó la demora. Mamá se había maquillado. Ella no tenía un abrigo adecuado para usar con el vestido nuevo y esa mañana hacía mucho frío.
Caminamos hasta el club, que estaba a dos cuadras de casa, pero tardamos en llegar. Mamá se movía con una lentitud desesperante porque no estaba acostumbrada a los tacos.
Cuando llegamos a la esquina pudimos ver a una pequeña multitud pugnando por entrar. También lo vimos a mi papá junto al mástil de la bandera. Hacía dos años que no lo veía. Corrí hacia él, a pesar de que mamá me gritó que no me separara de ella.
El entusiasmo con que lo abrace y el impulso de la carrera lo hicieron trastabillar y casi caer al piso. Me dijo que estaba enorme. Yo hubiera querido preguntarle por qué se había ido, pero las palabras no me salían. Cuando llegó mamá, rompí el abrazo y le di la mano a ella. Mamá lo miró a papá y había amor en su mirada. Creo que hasta se había olvidado del frío. Papá le dijo que estaba hermosa.
Mamá me ordenó que entrara al club porque papá y ella tenían que hablar de cosas de adultos.

Una parte de mí quería ir a jugar adentro, pero la otra ansiaba quedarse y decirles lo importante que era que estuviéramos juntos. Sin embargo, me resultó imposible encontrar las palabras adecuadas, por lo que obedecí a mamá. Entré y me dieron un número para el sorteo del Día de la Independencia: el quinientos setenta y cinco. Los premios eran cinco pelotas de futbol y cinco muñecas ¡Dios, si me tocara el premio! Una pelota de cuero número cinco era lo que más deseaba en este mundo. No era fácil para los chicos del barrio tener una de esas. Jugábamos al futbol con pelotas de goma, hechas con medias y hasta con tapitas de gaseosas, pero una de verdad era lo máximo.
Cuando entré, un grupo folclórico bailaba una chacarera en el escenario mientras los puestos vendían locro y empanadas. Los bailarines terminaron su actuación y subió Don Cacho para anunciar que comenzaba el sorteo.

Pidió la colaboración del público y subieron dos nenas, una de ellas giró el bolillero y la otra sacó la primera bola. Mi mundo se detuvo en el instante en que Don Cacho leyó el número ganador de la pelota. El trescientos cuarenta y tres. Nada. Nunca tendría suerte. En ese momento, la vi a mamá caminando sola hacia mí. Quise preguntarle por papá, pero la voz de Don Cacho se anticipó anunciando al ganador de la primera muñeca: el quinientos setenta y cinco ¡Es el mío! Le mostraba el número a mamá mientras saltaba de alegría ¡Gané!, pero una muñeca, ¡no! Subí avergonzado al escenario entre aplausos y algunas risas. Don Cacho me calmó: no te preocupes, cuando termine el sorteo tráeme la muñeca y te la cambio por una pelota.
Cuando nos alejábamos del escenario me di cuenta de que el maquillaje de mamá estaba hecho un desastre por las lágrimas. No tendría que haber entrado al club, aunque me lo hubiera ordenado.

Caminábamos hacia la salida, con un mano sujeto a mamá, con la otra, a la muñeca. Hubiera querido dársela para que la llevara ella, pero no me atreví a pedírselo. Papá seguía afuera, junto al mástil, y también había llorado. Mamá me pidió que me despidiera porque no lo iba a ver por algún tiempo. Sin querer, comencé a llorar. Papá me dijo al oído que cuidara a mamá y que, de ahora en más, iba a ser el hombre de la casa.
Yo deseaba decirle que no era un hombre sino un niño y que volviera porque no quería dormir en su lugar de la cama. Sin embargo, me abrazó tan fuerte que no dije nada. Nunca más lo volví a ver. Mamá me llevó a casa mientras todo el cansancio del insomnio caía sobre mí. Ella iba caminando mal, con sus tacos, mientras tiritaba de frío, de miedo, de bronca o de todos eso junto. Le quise recordar que teníamos que acercarnos al escenario para que Don Cacho me cambie la muñeca por la pelota, pero no pude decirle nada. Ella tampoco se acordó. Abracé a la muñeca con rabia e impotencia.


Algo más sobre Guillermo Pulleiro

Soy Guillermo Pulleiro y tengo cincuenta y nueve años. Amo el arte, sobre todo la literatura y la música. Me interesa mucho, también, la historia y la política. Soy amiguero y futbolero. Me encanta la noche y la mejor forma de disfrutarla es charlando con amigos, comiendo rico y bebiendo buen vino. Me gusta viajar y conocer restaurantes. Me recibí, cuando era muy joven, de contador público y ejerzo esa profesión desde hace muchos años. Hace no tanto tiempo, unos veinte años, empecé una segunda vida y me recibí de Licenciado en Letras. Estuve hasta hace poco en un grupo de estudios del Conicet que investigaba la obra de Cervantes. Actualmente, estoy escribiendo una novela, que pretende ser una saga de mi familia. Además, estoy muy entusiasmado estudiando canto.

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