Laura Tullio

Entro al baño y encuentro a una desconocida mirándome con sorpresa. Me lleva unos segundos darme cuenta que esa intrusa soy yo. Con una frecuencia insospechada noto que cada vez hay menos coincidencia entre la imagen que tengo interiorizada y la que veo en fotos o en el espejo. No me doy por vencida y camino hacia el frente en puntas de pie. Tengo la esperanza de haberme equivocado y que esa señora que se mueve de manera cómica no sea yo. Me desilusiono al instante.

Busco los anteojos. Veo que algunos de los contornos de mi cara se desdibujaron. ¿Es posible que tenga nuevas arrugas? Levanto la cabeza y hago foco en el cuello. Imposible no recordar el ensayo de Nora Ephron (*) donde dice no soportar ver esa parte de su cuerpo y sonrío. La expresión cambia de inmediato y la cara se me ilumina. Nota mental: sonreír ayuda.

Con mis dos manos abiertas me agarro la cara y la estiro hacia los costados en una especie de lifting manual, parezco una caricatura. ¿Y si busco ayuda cosmética para este «problema»? ¿Podría detener el tiempo o solo sería una ilusión? Empiezo a recorrer caras conocidas y del mundo del cine que eligieron ese camino. Muchas y muchos quedaron con expresiones extrañas como si una máscara hubiera tapado cualquier rasgo de humanidad. En algunos casos se parecen tanto entre si que me pregunto si conforman enormes familias. O quizás ante tanta demanda y para ahorrar tiempo usan la técnica “copiar y pegar». ¿Quién sabe? La realidad es que ninguna de esas personas se ven cómo cuando eran jóvenes.

¿Desde cuándo es un problema tener arrugas y en especial para las mujeres? ¿Quiénes nos impusieron naturalizar tratamientos caros y dolorosos que en definitiva no nos devuelven la juventud? ¿Quiénes son los que nos empujan a correr carreras que sabemos de antemano que están perdidas? ¿Quiénes nos imponen mandatos de eterna juventud en lugar de vivir lo que nos toca en cada momento de manera natural?  Y lo peor ¿Por qué se nos hace tan difícil escapar de esas reglas de juego? 

Pienso en Jerry, el papá de un amigo, que con sus 95 años camina despacio pero sin bastón, vive solo desde que quedó viudo hace cinco años y conversa de manera fluída, muy conectado con el presente, con un humor y una chispa que me conmueven.

Norah Ephron vuelve a aparecer, pero esta vez con la escena del restaurant de la película Cuando Harry conoció a Sally, en la que Sally simula un orgasmo y una mujer en la mesa de al lado; después de escuchar los gemidos; le dice al camarero, sin dudar: “Yo quiero lo mismo que ella.”

Yo quiero lo que toma Jerry desde hace un siglo.

Notas

(*) I feel bad about my neck – No me gusta mi cuello. Norah Ephron

Collage «Siempre una niña» – Laura Tullio

Deja un comentario

Tendencias