Córdoba, Argentina

JM: Te diría que casi fue algo involuntario, un impulso. Lo que pasa es que el proceso de escritura se me torna muchas veces muy solitario. Le quitás tiempo a tu familia, a tus amigos, a tu laburo. Todo para encerrarte en soledad a seguir en la cacería de tus fantasías y plasmarlas en el papel de la manera más genuina posible. Creo que la búsqueda de un taller literario es también la búsqueda de compartir ese mundo interior con un otro. La literatura como experiencia también comunitaria, de ida y vuelta. Por eso me interesa tanto lo que vos hacés en Antes de que ganen el NOBEL.

Tesis y libro

JM: Soy muy vago para las cuestiones editoriales. Recuerdo que me costó muchísimo tomar la decisión de publicar. Había estado trabajando en los cuentos durante muchos años, y los tenía guardados en mi compu. Ya estaba con otros proyectos literarios en mi cabeza. En un momento supe que no los iba a publicar nunca si dejaba pasar el tiempo y no me ponía manos a la obra.

Mi vieja me leyó el escrito y me hizo sugerencias supercopadas, Tere Andruetto me ayudó con la presentación, mi hermano Luis me dio una mano gigante con el diseño de tapa, mi mujer me alentó como nadie. Durante la presentación estuvo toda mi familia, mi hijo más grande de bebé, amigos de toda la vida, y personas que hacía una vida que no veía.

Durante los meses que siguieron a la presentación, la gente se acercaba y me hacía comentarios del libro, me contaba historias propias, me alentaba para que siguiera escribiendo. Ahí entendí que se cerraba un círculo, y que la publicación del libro es una instancia más de la experiencia de escritura. 

JM: Otra necesidad. La lectura y la escritura de textos literarios es la otra cara de la escritura y lectura de textos científicos. En la facu soy profe de una materia maravillosa llamada Química de Productos Naturales, dictada para la carrera de Ciencias Biológicas. Ahí estudiamos la naturaleza química de pigmentos naturales, alcaloides, conceptos increíbles de ecología química que recuerdan al lenguaje más primigenio: alelopatía, feromonas.

Leo y escribo textos literarios en los momentos que sobran, en los momentos que logro robarle a mis compromisos profesionales y a mi familia. Me gusta que sea así. En general escribo por las tardes, luego del laburo, antes de cenar. Durante los días de semana trabajo con datos duros, proyectos con hipótesis y diseño estadístico, equipamiento de última generación, esas cosas.

Por las tardes me pongo a fantasear y me miro para adentro. En algún punto son dos actividades opuestas y complementarias. Superman y Clark Kent, sin caseta telefónica. Un vizconde demediado. Esa sensación de desdoblamiento me resulta a veces incómoda y media jodida. El libro Productos Naturales fue un intento de unir esos mundos: mi pasión por las leyes que rigen la naturaleza y el asombro que me producen. No sé si lo logré. 

Grupo de investigación

JM: ¡Espero que así sea, y se publique pronto! Todavía no lo doy por sentado. Yo estoy acostumbrado a los cuentos. El género de la novela supuso nuevos desafíos para los que no estaba acostumbrado. Hace muchos años atrás escribí una novela que nunca se publicó ni se publicará. Espero que ésta no tenga el mismo fin. Comparado con un cuento, toda novela es un texto de largo aliento.

Entonces ahí necesitás trabajar mucho la continuidad, el equilibrio en el registro, y que el texto no parezca escrito por cincuenta manos diferentes. No es sólo una cuestión de números de personajes o complejidad de la trama. Durante los años de escritura uno cambia horrores. Semana a semana uno cambia y sigue escribiendo. Entonces hay un trabajo de interiorización de lo que se escribe, como quien escucha un tema musical que después te acompaña durante todo el día.

Uno se sienta a escribir y debe saber cómo era esa música, por más que hayan pasado semanas o meses. Y después está el laburo de descarte y de pulido. Alguien me dijo una vez que escribir cuentos es pescar con caña, y escribir novelas es pescar con redes. Cuando hay que descartar, se descarta. Cuando hay que reescribir se reescribe. Hay que hacer de tripas corazón y sacar todo lo que sobra o resta al texto, así sea la eliminación de meses enteros de trabajo de un solo plumazo. 

JM: Son las dos instancias de las que hablaba antes. La creación de un texto a partir de algunas ideas o intuiciones, y el trabajo de corrección o pulido. Para mí lo más desafiante es siempre la primera etapa porque hay muchísima incertidumbre y uno tiene que lidiar con bloqueos o situaciones que no había previsto. En mi compu y cuadernos tengo un montón de textos inconclusos que nunca encontraron su forma.

También hay ideas que al principio parecen con potencia pero que después decidís abandonar. Siempre hay una tensión entre el texto que uno tiene en la cabeza y el que termina escribiendo. A veces ese texto no tiene el valor que esperabas y está bueno dejarlo en pausa o tirarlo a la basura.

En la etapa de corrección me siento mucho mejor, en general la disfruto más que la etapa puramente creativa. Me gusta mucho podar, y sacar, y reescribir lo que haga falta. No necesito publicar porque no vivo de la escritura, y lo que escribo lo hago para mi placer.

No tengo ningún apuro en terminar si siento que el texto tiene algún valor literario. Realmente disfruto la etapa de corrección y hasta exagero algunas veces. En esta etapa vos ya visualizás el texto. Está ahí, cerquita. Uno acaricia esa panza literaria y se queda pensando cómo será ese texto cuando nazca. Cómo no querer seguir corrigiendo y soñando un poco más. 

JM: Siempre estoy leyendo literatura argentina. Creo que el ochenta por ciento de los libros de mi biblioteca son escritores argentinos. Devoro todo lo que encuentro de mis autores preferidos, por eso no menciono obras en particular. De los últimos autores descubiertos puedo mencionar a Magalí Etchebarne, Salomé Esper, Inés Ulanovsky, Sara Mesa, Fabio Morábito. Me encantan Vera Giaconi, Mori Ponsowy, Eugenia Almeida; Eduardo Berti, Alejandra Kamiya.

Siempre vuelvo a Gustavo Nielsen, Pedro Mairal, Fabián Casas, Leila Guerriero, María Teresa Andruetto, Ana María Shúa. Libro que veo de ellos, libro que compro. Y después los clásicos, no sé, Cortázar me rompe la cabeza, Borges, Castillo, Uhart, Gorodisher, grandes maestros. Los poetas Juan L. Ortíz, Joaquín Gianuzzi, Oliverio Girondo, qué se puede decir. Sé que me olvido de un montón de autores que frecuento, pero no quiero hacer esta lista interminable.

JM: Le pediría que cuidara de mi familia, y que les dé tanta felicidad como ellos me dan a mí cada día. 

La familia de José

Las formas del fuego– Del libro Productos Naturales

–Lo que voy a contar no es sólo de miedo –dijo el dueño del parador–. También trata del poder de las apariencias.

La ronda de muchachos comenzó a abuchearlo entre risas y chiflidos. Era una franca violación al acuerdo inicial: en el fogón nocturno sólo se contarían historias de terror.

Pedí silencio. Los relatos se habían extendido más de lo esperado. Estaba haciendo mucho frío en aquel bosque, y temí por la salud de los campamentistas. El dueño del parador se había ofrecido gentilmente a participar del fogón y yo, como instructor en jefe, no había podido negarme. Dije que escucharíamos este último relato y luego iríamos a dormir a las carpas.

El dueño del parador sopló sus manos para calentárselas. El vapor de su boca se tiñó del color de la fogata. Bebió unos tragos de su taza de café y carraspeó antes de hablar:–Es una historia que contaba mi abuelo –dijo, solemne–. Una historia que empieza con la aparición de un torso humano en el codo de un río, sobre la entrada al pueblo donde él vivía.

José Meriles

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