Puebla, México

AC: De niña no me detuve a pensar que había ese tejido de pensamientos que nació en mí desde pequeña. Recuerdo imágenes de lo que mi abuela Celia me contaba; me detenía a pensar las escenas casi cuadro por cuadro, imaginaba cómo se vería la luz del sol en ese momento y qué colores podrían tener esas historias.

Con la música que escuchaba mi abuela Regina quizá empecé a atender el ritmo y la cadencia; algunos de esos sones hablaban del mar, y tal vez de ahí nació mi interés por conocerlo. No fueron los únicos elementos. Siento que lo determinante fue que, en ambas casas, podía habitar la naturaleza, el diálogo que tuve con los objetos cotidianos que las rodeaban. Esos viajes a la Ciudad de México para encontrarme con mi familia eran una oportunidad para observar: los bosques, las casas ajenas, las ventanas a media luz, los anuncios; también escuchar distintos registros lingüísticos, porque las palabras varían demasiado entre ciudad y ciudad. Pienso que estos espacios influyeron en mi forma de
crear atmósferas, que es lo que más me gusta.

No escribía como si ya supiera qué era ser una escritora, sino con un lenguaje propio de la infancia. Esta combinación también se tejió cuando empecé a leer y hubo esta cercanía con temas que aún me interesan. Quizá fui una niña nostálgica. Esa distancia y los viajes por carretera despertaron en mí una necesidad de narrar, algo que ahora puedo nombrar como un fluir de pensamientos. Me fascinó leer que esto mismo, Liliana Heker lo describe como el misterio de la tercera persona: una forma de narrar sin contornos que nos acompaña desde la infancia.

Esa presencia casi invisible me llevaba a observar, a guardar imágenes o ciertas palabras como si fueran parte de un relato que podía escribir o no. Quería que mis recuerdos fueran atemporales; era una manera de guardar lo que me importaba, de recordar mis sueños, de superar la distancia.

AC: Conservo dos diarios, y perdí otro del cual recuerdo fragmentos, todos ellos de la infancia.
Cuando me acerqué al ensayo literario retomé esta escritura fragmentada de mis diarios, aunque creo que esa ya era mi forma de escribir. Para mí, el diario, ahora lo sé es como un híbrido de distintas escenas en las que pueden describirse recuerdos, una partitura de música, nombres de personas o lugares, poemas. Son distintas líneas de fuga.

En mi vida creativa aún son importantes. Tengo distintos cuadernos en los que escribo de manera aleatoria: títulos, palabras que me gustan por su sonido, colores, nombres de plantas, ideas de relatos o poemas, escenarios de casas ajenas o malezas, encuadres. Por alguna razón, todo lo anterior lo vinculo con la música.

Cuando empecé a escribir quería reseñar discos. Me gusta escuchar música cuando escribo, encontrar una canción que tenga la atmósfera que busco y repetirla; eso, a veces, también lo registro. Hoy también uso las notas del celular, donde puedo añadir fotos, pero sigo creyendo que el diario, aunque en mi caso se parezca a una bitácora en desorden o a un gabinete de curiosidades, es un lugar que no dejaré de habitar.

AC: La migración es nuestra compañera. Mi abuelo migró muy joven a Estados Unidos y, a su regreso, trajo consigo cierto dolor, ciertas alegrías; la música que escuchaba es un detonante para mi escritura. Me parece que, en ambos casos, la migración permitió que mi familia viviera en un lugar más seguro. De alguna manera, todas esas piedras preciosas, sus vivencias, llegaron a mí, me hicieron pensar, imaginar y crear algo con eso.

Sé que para ellos no hubo opción, que añoraron sus ciudades; quizá por eso había tanta belleza en lo que narraban, esa nostalgia de no poder volver. En este caso, la distancia ha sido un tema familiar que recuperó lo más íntimo y frágil de sus vidas.

Pero también pienso en los distintos matices sobre la migración en Latinoamérica. Muchas veces es una urgencia y no tanto una decisión. De manera particular, en mi país hay familias, amigos que parten sin certezas, que son empujados por la violencia. En ese mapa de muchos horizontes, pienso que la historia de mi familia es una pieza pequeña. En un tiempo, quizá yo también tenga que hacer un desplazamiento importante. No le temo a la distancia. No busco un solo lugar para quedarme. Sé que esa libertad me la enseñaron
ellos.

AC: La palabra “transición” es linda porque la imagino como un desvío, un horizonte o algo delicado que aún desconozco. Recuerdo ese momento como un encuentro conmigo misma, como si esas vivencias de las que platicamos, objetos, recuerdos y lecturas, se reunieran para formar un cuadro, una fotografía nítida.

En ese momento comencé una búsqueda y me acerqué a talleres literarios. Me interesaba encontrar lecturas que me llevaran por caminos distintos a los de siempre. Varios de esos libros que me recomendaban se alejaban de lo que conocía; por ejemplo, tenían estructuras que rompían con lo que conocía o tenían lenguajes que proponían otras maneras de narrar.

Nació también un interés por la difusión de la lectura y la escritura, entonces estuve trabajando en la creación de proyectos culturales e impartiendo talleres tanto para las infancias como en otros espacios con la intención de que la lectura pudiera llegar a lugares muy distintos.

Entre lecturas, fui conociendo además mi forma de escribir. Empecé a publicar. Esa búsqueda terminó llevándome a otras ciudades y países, buscando algo que aquí pocas veces encontré.

AC: Si, publicamos el libro Bosque Camaleón con la editorial independiente Crisálida, en el 2022. Es un libro con diversos géneros: cuento, poesía, viñetas, listas. Actualmente trabajamos en la segunda edición que espero esté lista en 2026.

AC: Escribí acerca de ese viaje, y aún lo hago. Lo recuerdo sin un orden cronológico necesario; al responder, siento que mucho quedará por decir: los edificios al entrar en Argentina y la manera en que la luz los atravesaba, las casas, los edificios blancos, Recoleta, el viaje a San Antonio de Areco y el día en que lo conocí; estaba lloviendo y había varias banderas de Argentina.

Claro, el mate y los distintos momentos de amistad que se vivieron. Las librerías. La gente paseando a sus perros. Recuerdo especialmente a un gato inmóvil que miraba por la ventana; al fondo se veían libros. Sentí una atmósfera como la de un relato, pero lo estaba viviendo.

El cambio me renovó la mirada de manera definitiva. Sentí una unión con toda la diversidad lingüística, cultural, literaria. Cuando viajo, siento que hay algo lindo y discreto en mirar cómo sucede la vida diaria, lo cotidiano. Me conmovió muchísimo cuando escuché los recuerdos de la infancia de las personas que asistieron a la residencia: sus vidas, su relación con la escritura, los libros que leían. En algún momento, alguien narró que, de niña, viajaba a Brasil en automóvil. Me sentí testigo de una historia que estaba sucediendo en
otros acentos, con otras palabras, pero al mismo tiempo habitamos el mismo continente.

Para mí fue fascinante. Era una belleza viva, inagotable.
El aprendizaje fue revelador, un crecimiento. Vuelvo a insistir, de manera particular, en lo que aprendí de Zambra: confiar en mi escritura, pensar en sus desvíos, en las posibilidades y múltiples vidas que puede tener un texto, leernos con cierto humor, aceptar que las cosas pueden ser o no. Trabajar en un proceso creativo que derive en otros procesos. De mis compañeros conservo sus palabras, la certeza de que escribir también puede ser un encuentro, una unión sólida con la escritura. Deseo volver a Argentina.

AC: El cine es algo que insiste, que ha vuelto varias veces en mi vida. Meses después de la residencia, decidí empezar una maestría en Estudios de Cinematografía. Participo en ciclos formativos con cineastas y guionistas por parte del Sistema de Creación en México. A partir de esa experiencia, en un taller conocí el rescate de archivo en sus distintas posibilidades.
Me interesó el de las películas caseras porque lo encontré como una oportunidad para dialogar con el pasado. Por ahora, me atraen ciertas estéticas de los años setenta y noventa.

Ahora mismo desarrollo un video/ensayo en el que rescaté fotos y videos de fiestas de cumpleaños, aunque no son los únicos materiales. Tal vez por mi formación en lingüística, me interesa narrar lo que Natalia Ginzburg llama léxico familiar. Creo que, en ese tipo de fiestas, se compartía una identidad a través de palabras o frases que solo habitaron en esos encuentros. Me interesa reconstruir, resignificar la memoria y agregar un tono poético integrando mi escritura, aunque muchas de esas películas caseras ya lo tienen.

Video ensayo – Amaranta Castro

AC: Es probable que nazca de no tener información precisa o abundante sobre mi familia. Se conservaron pocas fotos y hubo familiares a quienes no volvimos a ver. Como en todas las familias, hay muchos recuerdos, pero muchos detalles de nuestra historia familiar se perdieron. Me maravilla escuchar a quienes pueden narrar su pasado; me gustaría que también fuera así en mi caso.

Para mi es muy importante contar con un espacio que escuchen a las autoras, sin examinarlas, sino desde la ternura y la escucha. Lo valoro un montón.

AC: Quizá, en mi escritura, la página en blanco tiene muchas caras. La más bondadosa para mí es cuando ya pensé la historia, la vi en mi mente, tengo algunos diálogos y escribo en ella.

La más cruel es cuando mi imaginación se detiene por motivos que me superan o cuando estoy en un tipo de transición en mi escritura; en esos momentos, no pienso en escribir.

Tal vez no trato de llenar la página, sino solo de compartir una idea, un pensamiento.

Algunas hojas en blanco insisten; otras no. Hay que saber a cuáles volver porque, aunque quisiera volver a todas, la verdad es que no puedo. Hay cosas que no escribiré.

La hoja en blanco funciona para mí como una pausa para aprender, para observar o escuchar otras cosas. Recuerdo que Natalia Ginzburg describió, en uno de sus ensayos, que quería escribir sobre un espejo y esperó, pero nunca sucedió. Me gusta pensar que, a veces, las páginas en blanco se quedan así.

AC: Voyager de Nona Fernández, Cielo nocturno con heridas de fuego de Ocean Voung.

AC: Volver a los afectos de quienes me hacen falta. Vivir en un lugar en que me sienta segura.

Sueños de polilla

“A veces, al ver una de esas polillas que mueren en mi casa, me pregunto qué clase de miedo y de dolor sienten sin duda en el momento en que se extravían”.
W.G.Sebald


Al entrar a la habitación observé su cuerpo junto a la madera vieja. Dormía, y su sueño me parecía el de un niño pequeño tumbado junto a su madre, seguro de que esta permanece inmóvil junto a él.

Los puntos negros de su cuerpo me recordaron a las ropas de viejos prisioneros que duermen intranquilos, mientras en sus estómagos engullen su última migaja de comida.

No puedo negar que, al intentar despertarle, sentí pena y náusea. ¿Cuál era el sueño de este pequeño Segismundo?  Y si la vida es sueño, ¿qué sueña una polilla?

Sus alas comenzaban a moverse, ni humano, ni prisionero. Ese cuerpo de viejas alas había despertado; sus patas se movían de la misma forma en que un cuerpo perezoso sufre al despertarse.

Prendí una lámpara, abrí la ventana y, antes de que le invitara a retirarse, se desplazó por los bordes del vidrio hasta desaparecer en la noche.

Contacto Amaranta Castro

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