Tandil, Buenos Aires, Argentina

LzT: Antes que nada, Chechu quiero agradecerte la charla y tu entusiasmo para participar de esta entrevista. En nuestro grupo de WhatsApp de El Faro contaste con mucha alegría que publicaste tu libro de poemas Detrás del silencio. ¿Cómo fue ese proceso y qué significó para vos?
CL: La idea de publicar fue bastante repentina. Sentí que había llegado el momento de mostrar lo que venía escribiendo. Ya en el transcurso de 2024 algunos de mis poemas habían quedado seleccionados en convocatorias de distintas revistas de Chile, Argentina y España (Jauja, Writers Avenue, Desde Acá, entre otras), pero no me animaba a dar el gran salto de publicar un poemario completo.
La propuesta me llegó a fin de año por Instagram: en la misma semana vi un anuncio de la editorial Halley que abría una convocatoria para 2025 y otro de Roberta Ianamico, una poeta de Bahía Blanca, que ofrecía una clínica de obra.
Detrás del silencio no es el primer poemario que escribí, pero sentí que tenía que ser el primero en ver la luz. Tomé coraje, le escribí a Roberta y en tres semanas habíamos revisado el poemario. Casi no toqué los poemas, incluso el libro ya tenía ese nombre. Estaba listo para nacer, pero fue fundamental esa mirada externa, amorosa y certera a la vez, para animarme a mandarlo. En febrero de 2025, me llegó un mail de la editorial avisándome que lo iban a publicar. El proceso fue muy cuidado y ágil. Mariana Kruk, la editora, siempre estuvo atenta a los detalles. Incluso me alentó a que ilustrara la tapa, desafío que felizmente acepté.

Estoy inmensamente agradecida a cada una de las personas que fueron parte de este alumbramiento. Uno de los epígrafes que abre el libro le pertenece a Claudia Masin y dice: “una historia se escribe por la suma, la discreta acumulación de partículas”. Nada más acertada que esta frase para describir cómo mis poemas finalmente se convirtieron en libro.

LzT: Me dijiste que la escritura siempre te acompañó, desde los diarios hasta tu costumbre de subrayar libros, anotar frases y guardar palabras que muchas veces se convierten en futuros textos. ¿Cómo funciona ese ritual tuyo de lectura y de escritura a la vez?
CL: Antes que escritora soy lectora. En mi casa no se leía, los libros servían para rellenar el aparador y eran bastante pocos en realidad. Sí se consumían revistas. Todos los fines de semana pasamos por el quiosco de revistas y mi mamá me compraba una Billiken o Anteojitos. Pero mi madrina, que es una gran lectora, era la que me regalaba libros, ya sea infantiles u obras clásicas “para leer más adelante”. Ella fomentó en mí esa pasión por las letras. Para una niña tímida, sin hermanos y con una casa bastante convulsa, la lectura fue un salvavidas. Los libros siempre fueron un refugio para mí, un lugar donde esconderme del mundo, pero también donde poder ser otra. La lectura me permitía vivir otras realidades. Como si el acto de leer tuviera una fuerza expansiva, hacia nuevos horizontes, pero a la vez, una fuerza concéntrica hacia mi propio fondo. Pienso que por eso la lectura funciona como un disparador para mí escritura. Casi siempre, lo escrito por otros me moviliza, no puedo evitar dialogar con esa lectura. Cuando leo subrayo frases o palabras que sirven como gérmenes de mi propia escritura, quedan latentes ahí, listas para ser usadas.

En cuanto a la escritura, siento que también funcionó como refugio. Siempre me gustó escribir, como forma de registrar pensamientos, pero también para escribir historias inventadas. En realidad creo que toda escritura es en algún sentido ficcional, porque aunque trabaje con materiales autobiográficos, siempre implica un recorte, un foco, una subjetividad. Por ejemplo, cuando era chica tenía un diario, como todas las nenas de esa época. Se supone que en un diario íntimo uno registra los episodios reales de la vida, sin embargo, sé que por lo menos una vez mentí y fue a conciencia. Había sido el festejo de un cumpleaños en la quinta familiar y estaba invitado el hijo de unos amigos de mis tíos que me parecía muy lindo. Yo habré tenido alrededor de 10 años y el chico era mayor, obvio que ni me registraba, pero yo escribí, lo sé porque lo leí años más tarde, que como tenía una malla roja el chico me había mirado toda la tarde. Ni lo uno ni lo otro pasó, el chico ni se habrá enterado de mi presencia ni yo tuve nunca una malla roja,. Pero como la mía tenía moñitos o corazones celestes o algún diseño infantil por el estilo y a mi no me gustaba, lo inventé Hace poco escuché a Magalí Etchebarne comentar algo sobre esto, en esa entrevista dijo que la escritura es un “espacio de revancha”, de oportunidad para crear alteridades, y yo siempre sentí eso.
También creo que funciona en el sentido inverso, es decir, aunque se escriba una historia que nada tiene que ver con la experiencia personal, inevitablemente, algo de nuestra biografía se termina colando. Alejandra Kamiya dice que se escribe con los “escombros de la vida”. Por lo tanto, siento que la frontera entre la biografía y la escritura ficcional tiene bordes muy permeables.
LzT: En nuestra conversación me dijiste que “escribir es un diálogo con uno mismo, una forma de entender”. ¿Qué tipo de notas te mandás por WhatsApp y cómo después se transforman en poemas?
CL: Muchas veces, “escribo” mientras camino. Vivo en una zona semi rural y me gusta salir a caminar para despejarme. Generalmente, voy con auriculares escuchando un audiolibro, un podcast o música. Otras veces, voy escuchando los ruidos de la naturaleza o los de mis propios pensamientos. En cualquiera de los casos, entre esas voces que vienen de afuera y las que vienen de adentro, se genera un diálogo. Es como una reverberación o un eco de palabras o frases que de alguna forma se ordenan en forma de verso. Por eso las grabo, así como me vienen a la cabeza, para no perderlas. Vuelco todo en un grupo de WhatsApp que se llama “yo” y más tarde me escucho. A veces, pasan días, semanas, hasta que retomo esa “escritura”. En general, apenas las modifico, les saco alguna repetición o cambio alguna palabra que resulte ajena en ese poema. A veces, se transforman en cuentos. Otras, simplemente permanecen como semillas, con la palabra latente guardada en su interior. Sé que puede sonar algo disparatada esta práctica, pero yo crecí siendo hija única y siempre dialogué conmigo misma, para calmarme, para explicarme cosas. Me resulta natural ese desdoblamiento. La escritura funciona como un filtro para mí, me ayuda a ver, a ordenar, a entender el mundo.

LzT: Sos de Santa Fe, pero hace muchos años que vivís en Tandil, donde formaste tu familia. ¿Cómo viviste ese cambio de ciudad y de vida?
CL: Uh, era muy niña cuando me vine, tenía apenas 21 años. Yo ya me había ido de Santa Fe, porque estudiaba Medicina en Rosario, así que el desarraigo no me costó tanto. Lo que me costó fue “encontrar el hueco”, a veces, las ciudades chicas son cerradas. Todos mis vínculos eran a través de mi marido, pero cuando nacieron mis hijos, Francisco y Juan, eso cambió porque empecé a relacionarme con más personas, en el jardín, el club, etc. Pasé de ser “la mujer de” a “la mamá de”, jaja, tomó tiempo recuperar mi nombre. Los distintos emprendimientos que tuve, también me ayudaron a integrarme. Además de ocuparme de mi casa, hacía de todo: tortas, ajuares para bebés, blanquería, arreglos con flores secas, juguetes artesanales, hasta vendí carteras. Disfruté mucho ser madre joven, nunca me pesó la maternidad, pero necesitaba hacer algo más. Mirándolo a la distancia, creo que lo más difícil de esa etapa fue encontrar quién era yo más allá de los roles que cumplía.Tuve que crecer y encontrarme, a la par de cuidar a mi familia.
LzT: Cuando tus hijos crecieron empezaste el Profesorado de Lengua y Literatura, que te abrió nuevas perspectivas sobre leer y escribir. ¿Qué te aportó esa experiencia?
CL: Aire. Para ese entonces, mi tercera hija, Guadalupe, estaba en el jardín. Los varones iban al colegio a la mañana y ella a la tarde. Literalmente, ese año pasé más horas arriba del auto, llevando y trayendo, que en mi casa. Ese agotamiento, más un gran disgusto que había vivido hacía poco tiempo, me impulsaron a parar y replantearme si eso era lo que iba a hacer con mi vida. Así que el año siguiente, cambié a mi hija de institución para tener libres las mañanas y empecé a estudiar. Fue un despertar. No solo me reencontré con la lectura y la escritura, sino, sobre todo, recuperé un espacio personal. Un lugar donde volver a encontrarme con lo que me gustaba hacer. Un lugar donde recuperar a Cecilia. Además, de conectarme con gente que compartía mis intereses, muchos de ellos hoy son queridos amigos, me permitió encontrar mi voz como autora. Me abrió una ventana al mundo, al externo y al que tenía “adormecido” dentro. Me enseñó a leer de otro modo. La lectura, en general, es un acto solitario, pero poder compartir las impresiones sobre esas lecturas fue muy enriquecedor y sembró el germen de una de las actividades que hoy me resultan más placenteras: dar talleres literarios. También, al cursar las distintas materias, al estudiar sobre literatura y realizar los trabajos académicos requeridos, sentí que tenía algo para decir. Por primera vez en mucho tiempo importaba lo que tenía para decir. Esta experiencia me impulsó a seguir estudiando, apenas me recibí comencé la Maestría en Literaturas Comparadas. Incluso, tuve la oportunidad de exponer en un congreso internacional parte de mi investigación.
Claramente, el paso por el Profesorado fue una bisagra, marcó un antes y un después en mi vida. Fue difícil sostenerlo, porque generó bastante ruido a mi alrededor, muchas personas cercanas no estaban de acuerdo con que empezara a estudiar, y porque quería seguir ocupándome de mi familia exactamente igual como lo había hecho durante 18 años. Estudiaba de noche, dormía muy poco, leía o realizaba trabajos en el auto mientras esperaba que mis hijos salieran de sus actividades, pero valió la pena cada gota de sudor y de lágrimas.
LzT: Hoy das clases de literatura a adolescentes. ¿Qué desafíos y qué alegrías encontrás en esa tarea? ¿Lográs contagiarles la curiosidad por leer y escribir? ¿Les acercás textos fuera del programa que tenés que seguir?
CL: En primer lugar, creo que el mayor desafío como profesora es acompañar procesos. Se habla mucho de la diversidad y de la inclusión, pero creo que no se aborda en profundidad esta cuestión. La realidad es que si tenés 30 chicos adentro del salón, los treinta aprenden de manera diferente, y lo óptimo sería contar con los recursos y el tiempo necesarios para sostener y guiar esas trayectorias. Lo verdaderamente inclusivo sería poder valorar a cada estudiante en su particularidad y, a partir de ahí, trabajar juntos para desarrollar su potencial. Eso, en el formato educativo actual es muy difícil, sea cual sea la institución en la cual se trabaje.
A esto se le suman dos variables propias de la época: el mal uso de las tecnologías y la fragilidad de los adolescentes actuales. Por ejemplo, en torno a la escritura, como lo que se evalúa regularmente es el resultado y el nivel de tolerancia a la frustración es bajísimo, los estudiantes prefieren delegar esa tarea a la IA. Como “es más fácil”, eligen encomendar la oportunidad de pensar, de formular un posicionamiento, de poner en palabras lo que aprendieron o pensaron. Lo mismo pasa en la oralidad. Para nuestra generación, es impensable despreciar el privilegio de hacer uso de la propia voz para expresar lo que sentimos o creemos, pero hoy les cuesta mucho construir una mirada, manifestarla y defenderla. Para chicos que crecieron tras las pantallas implica una situación muy vulnerable exponer sus ideas en el aula.
En ese sentido, la literatura corre con ventaja porque genera un espacio cuidado, un distanciamiento de la realidad que les abre la posibilidad de expresión sin exposición. Si lo que estamos leyendo tiene que ver con un duelo, es posible que reflexionen y debatan sobre las situaciones y los sentimientos que les suceden a otros que son distintos a ellos, aunque estén conectando con su más íntima experiencia. Por eso, estoy convencida que leer literatura nos vuelve más humanos porque nos permite reflexionar sobre las preocupaciones ancestrales del hombre, ya sea que se trate de un cuento de ciencia ficción o un poema de amor, nos conecta con lo más profundo de nuestra identidad: quién soy yo frente al mundo, qué pienso yo sobre esto, cómo actuaría yo en su lugar.
Además, no nos podemos olvidar que la gran dificultad que entraña la literatura es el trabajo con lo no dicho y eso, necesariamente, nos convoca para aprender a leer entre líneas. Nos obliga a buscar signos, a sopesar información, a construir hipótesis y argumentos que las sostengan, todas cuestiones fundamentales a la hora de aprender a posicionarnos críticamente. Desafío inmenso en la actualidad: poder construir una mirada crítica frente a la realidad
Para retomar la pregunta inicial sobre lo que leo con mis estudiantes, si bien hay ciertos márgenes en los que nos tenemos que mover por sugerencia del curriculum, trato de ofrecerles variedad. Por eso sigo leyendo, haciendo talleres con escritores, escuchando podcast y demás. No se puede ofrecer lo que no se tiene. Por un lado, garantizarles el acceso al capital cultural mundial y por el otro, abrirle paso a las nuevas voces literarias. Es interesante desentrañar los hilos sociohistóricos en lo que leemos, no ayuda a ver los discursos sociales, las preocupaciones, los miedos de cada época. Contrario a lo que reza el lema de la moda “menos es más”, mi concepción de lectura es un poco más barroca: cuanto más, y más diverso, mejor. Creo que no hay forma de “convencer” a los chicos a hacer nada, y eso incluye la lectura. Se me ocurre que lo único posible, de hecho lo que hago, teniendo en cuenta la sobreestimulación y la apatía que presentan muchos de los adolescentes hoy, es la invitación amorosa, permanente, incisiva, a leer. Siempre llevo libros de más, siempre hablo de libros que estoy leyendo, siempre ofrezco libros cuando pesco un interés por género o temática. Muchos sonríen y rechazan la propuesta. Otros, aceptan, y es un camino de ida.
En cuanto a las alegrías que resultan de la ardua tarea de enseñar a leer y escribir en la escuela secundaria hoy, puedo decirte que son muchas, pero si tengo que elegir una es justamente lo que mencioné antes: el exacto momento cuando ves que la llamita literaria prendió en algún chico y que va a arder, con suerte, para toda su vida.
LzT: También coordinás talleres de lectura, tanto en Casa Azul como en la Biblioteca Hugo Nario. ¿Cómo elegís esas lecturas?
CL: Sí, desde 2018 coordino talleres. En ese momento, yo cursaba el segundo año de la carrera y un profesor, que es director de una biblioteca barrial, me ofreció muy generosamente el espacio. Dudé en aceptarlo porque nunca había dado talleres y estaba llena de obligaciones, pero me tiré a la pileta. Y fue un acierto. Me fascina hacer talleres, investigar, seleccionar material, aprender sobre los autores y su contexto, pero principalmente, amo leer con otros y pensar el mundo a través de esas lecturas. Se genera algo muy especial en esos encuentros, hay un intercambio de miradas honesto y empático. Estoy convencida que estos son lugares de resistencia de lo humano. Ese taller fue cambiando: primero, leímos autores argentinos; luego, escritoras mujeres, novelas clásicas y actuales, distopías y ahora cuentos donde aparece lo animal. Todas esas propuestas son bastante caprichosas, la verdad, parten de un interés personal y luego se conforman como un recorrido de lecturas. Por suerte, las asistentes del taller son unas divinas y me siguen.

Este año me cedieron el espacio en La casa azul, que es una librería preciosa que tiene nuestra ciudad y fue todo un disfrute. Los dueños fueron súper generosos y receptivos con la propuesta. Tenía ganas de armar un ciclo de cuentos de autoras nuevamente, porque salieron varios libros nuevos de escritoras latinoamericanas que tenía ganas de compartir. Así surgió El hilo y la trama, que plantea una doble mirada sobre cuestiones propias de la escritura como son la tensión narrativa, los hilos que tejen la trama de cada historia. Pero, por otro lado, para pensar juntas qué tienen para decir las mujeres, que tipo de escrituras construyen, si existe un modo de escribir propio de su género. Se armó un lindo grupo y lo disfrutamos mucho. Ahora, ya tengo otras propuestas en mente. soy una entusiasta, qué le voy a hacer.

LzT: Contanos sobre las publicaciones en Diana y Hogar ¿Cómo llegaste a esos espacios?
CL: A las convocatorias de Camalote llegue también por Instagram, como te darás cuenta, el algoritmo me conoce bien. Con Diana fue muy curioso. En febrero de este año, como todos los veranos desde hace 4 años, realicé un taller virtual con Martin Broide, un profesor y poeta argentino a quien le tengo un profundo cariño. Me encantan sus talleres porque, además de tener el tiempo suficiente para leer y escribir, los materiales que nos comparte y sus propuestas de escritura siempre me resultaron muy productivas. De hecho el poema que resultó seleccionado en esa convocatoria lo escribí en el taller. Unas semanas más tarde, vi en mi el anuncio que decía “último día para la convocatoria en homenaje a Diana Bellessi”, así que busqué ese poema y lo mandé. A la semana me avisaron que había sido seleccionada. Lo que vino después fue hermoso porque tuvimos la oportunidad de leer nuestros poemas a Diana en el cierre de la FILBA.

Con Hogar pasó algo similar. Al poquito tiempo, la editorial lanzó otra convocatoria, esta vez poemas relativos al hogar y la familia. De esos tengo para hacer dulce y justo había escrito uno el día anterior, en medio de un enojo muy grande. Mandé ese y quedó. Fue un comienzo de año movidito, pasó todo junto: Detrás del silencio, Diana, Hogar. Estoy muy feliz con lo que están generando sus lecturas.
LzT: ¿Hiciste talleres de escritura?
CL: Sí, ahora todo el tiempo. Cuando era chica no, porque en mi casa no se promocionaban estas actividades: hacías inglés y baile, pero como actividad física, no como arte, lo artístico no tenía lugar. La primera vez que hice un taller de escritura en el sentido estricto de la palabra, fue en el Profesorado, en el marco de una materia que dictaba una reconocida escritora tandilense, Patricia Ratto. Fue una experiencia tan grata, lo disfruté muchísimo. Después, un poco antes de mi participación en El faro, empecé un taller con María Elena Nemi, una gran dramaturga tandilense, que había sido profesora de uno de mis hijos. Quería escribir cuentos. Fue un espacio entrañable, donde conocí gente muy talentosa, que me ayudó a retomar los caminos de la narrativa. Fue sanador también. A partir de ahí empecé a anotarme en talleres virtuales de escritura. ¡Y no me alcanza la vida para hacer todos los que quisiera!
En primer lugar, porque son los espacios que le robo a la vorágine cotidiana para escribir. Con la excusa de la obligación del taller, freno, me conecto con eso que viene confabulando en mí a partir de todos los estímulos que contaba anteriormente. Pero, también, por la retroalimentación. Me parece fundamental el contacto con otras voces autorales, los intercambios de mirada, la chispa de creatividad de otros. La escritura es una actividad solitaria, concéntrica, y a veces tengo la sensación de que uno se intoxica de uno mismo, se termina repitiendo, parafraseando lo dicho anteriormente. Sobre todo para quienes tenemos ciertos temas que nos obsesionan, me parece una oportunidad única para darle aire a la escritura. para ver en el espejo de la lectura del otro eso que está o no está funcionando en tu texto. Además, me divierte mucho presenciar cómo se dispara la imaginación de cada uno frente a un mismo estímulo. Por ejemplo, si la consigna fuera escribir una carta que nunca será mandada, estoy segura de que si hay veinte participantes los veinte van a escribir algo distinto.

En general, mis experiencias en los talleres fueron formidables. Me maravilla cómo gente que no se conoce, y que tal vez en otro ámbito ni se miraría, de pronto está compartiendo un espacio con inmenso respeto y empatía. Además, es una oportunidad única para poder compartir estos espacios con gente de quienes me interesa la forma en que resuelven su escritura. He tenido la fortuna de hacer talleres con Dolores Reyes, Liliana Heker, Leila Guerriero, Pedro Mairal, Juan Solá, Natalia Litvinova, María Negroni, Elena Annibali y Diana Bellessi.
LzT: ¿Cómo te llevas con la página en blanco y la corrección?
CL: Técnicamente, no hay muchas situaciones de página en blanco porque, como ya conté, son muchas las veces que armo oralmente los poemas. No siento el pánico del bloqueo porque si no tengo nada para decir no escribo. No creo en la rutina de escritura, para mí escribir es una pulsión, no una rutina. Si, por ejemplo, estoy en un taller y me enfrento a una consigna de escritura, tampoco creo haber experimentado esa sensación de vacío de palabras, siempre se me ocurre algo para escribir. Me divierte el abismo, la puerta abierta a la imaginación.
La corrección es otra historia. Depende de si se trata de un poema o un texto en prosa. Los poemas, en general, casi no los toco. Inmediatamente después de la escritura, puedo cambiar alguna palabra disonante, hacer alguna inversión de sintaxis o suprimir alguna repetición para concentrar el sentido, pero no suelo retocar mucho los poemas luego porque siento que responden a una emoción instantánea y si los manoseo demasiado corro el riesgo de decir algo distinto a lo que se gestó en ese momento. A veces, si no me termina de convencer lo que escribí, lo dejo de material de descarte para usar en otras escrituras. No desecho nada, aunque tampoco tengo mucho registro de lo que tengo escrito para reutilizar o dónde lo escribí. Debería ordenarlo en alguna carpeta en la computadora o pasarlos a una libreta así los tengo más a mano, pero no tengo tiempo ni voluntad de hacerlo por el momento. Creo que voy a seguir confiando en el azaroso reencuentro con mis palabras.
Si se trata de narrativa, escribo sin pensar mucho en lo que registro y después me tomo más tiempo para encontrar la forma adecuada de entregar la anécdota. Hace poco escuché a Liliana Heker decir que lo primero que uno escribe era “un mal necesario”, que servía para soltar la mano, pero que había que desecharlo. No sé si estoy para eso, pero sí creo que en literatura la forma es vital. Una gran historia puede contener una anécdota bastante simple, pero necesariamente tiene que tener una forma certera para lograr el impacto deseado.
LzT: ¿Tenés alguna librería favorita?
CL: Como te imaginarás soy bastante fan de las librerías. Vaya adonde vaya, si veo un lugar que vende libros tengo que pararme a chusmear, aunque no compre nada, aunque estén en otro idioma. Tuve la suerte de viajar y parte del itinerario siempre incluye alguna librería. The Strand en NY y Livraria Lello en Porto me fascinaron. Pero la que atesoro es una muy pequeña que hay cerquita de la Pink Street en Lisboa que tiene un café adentro y una pared tapizada con papelitos en los que la gente deja fragmentos de lo que leyó. En algún momento de mi vida me encantaría poner un lugar así.
Me gustan especialmente los libros de viejo, el olor de sus páginas, encontrarme dedicatorias y frases subrayadas, bah, la historia atrás de ese objeto. Por eso, busco esos tesoros en ferias. Sin embargo, por mis talleres leo mucha literatura actual y así que recurro a las librerías tradicionales. Acá en Tandil, mi preferida es La casa azul. Es un espacio adorable con un patio cubierto donde siempre hay alguna exposición y muy buena música, que cuenta con una variedad de ediciones increíbles y con un sector tupido de poesía, lo cual no es frecuente. Además le tengo un gran cariño porque allí dicto uno de mis talleres de lectura: El hilo y la trama.


LzT: Tengo el Whatsapp del genio de la lámpara ¿qué le pedirías?
CL: Seguir escribiendo. Tener el espacio y la lucidez para seguir usando mi voz. Tocar vidas con mi escritura así como otros autores han tocado la mía. Chantal Maillard, una escritora belga, dice en un poema “escribo para que el agua envenenada pueda beberse”. Eso quiero: escribir para poder beber el mundo, escribir para hacer posible que otros lo beban.
LzT: ¿Compartirías un texto con nosotros?
CL: Claro! Les voy a leer el poema que abre Detrás del silencio y el que quedó seleccionado el la antología Hogar, publicada por Camalote.
Contactar con Cecilia López https://www.instagram.com/cecilia_lopez_78/






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