Miami, Estados Unidos

ER: Un gusto para mí participar de tus entrevistas.

ER: Absolutamente. Yo desconocí aquella carta natal hasta que, cumplidos los 18, mi madre me dijo que tenía un regalo para mi. En aquel momento Lily Süllos era una astróloga de nuestro barrio a quien mi madre acudió buscando respuestas supongo y se dejó aquello reservado para el momento en el que tuviéramos la madurez suficiente para no modificar el curso de nuestro destino.

Recuerdo haber leído cosas de mis relaciones con las personas, como por ejemplo cuántas veces llegaría a casarme y la descripción de las personalidades de mis esposas; pero lo que más me llamó la atención era que decía que escribiría sobre mundos desconocidos y que la gente se quedaría impactada por mi descripción de esos mundos.

Visto en perspectiva pienso que mi trabajo como fotógrafo buscó descubrir mundos conocidos, pero desde cierta perspectiva, así como mis cuentos buscan también indagar sobre la condición humana. Ciertamente un mundo algo desconocido.

ER: El Voyeur de la Ciudad nació como una idea de poder describir a las ciudades por medio de entre 100 y 150 imágenes. El City Voyeur viaja buscando captar la realidad sin modificarla. Encontrar el detalle que hable de un todo. Captar a sus presas en estado puro. Buscar encontrar la imagen sin ser visto o descubierto.

Fue así como comencé por años a viajar por el mundo con mis cámaras para captar aquello. Terminé editando libros de Barcelona, Beijing, Marrakech, Berlín, Praga, Estambul, Venecia, Roma y Vaticano. También uno del Glaciar Perito Moreno.

ER: Creo que mi literatura está atravesada por aquel concepto que usamos en publicidad de que algo bien narrado tiene que ir al punto. No hay demasiado espacio para detenerse en los detalles que no hagan al nudo. Es por ello que escribo cuentos. Es el mejor soporte en el que puedo expresarme. Aquello de que un cuento debe ser una flecha que se dirige inequívocamente a su destino y busca dar en el blanco. Más de una vez en los talleres, encontré defendiendo la idea del cuento, ya que cuando una historia gusta mucho, hay quienes sugieren que eso debería ser transformado en novela y para ello el cuento es la estructura basal en la que habrá que incorporar detalles e información hasta que se logre la novela. Para mi el proceso es a la inversa: qué es lo secundario en la historia que puede obviarse para que el cuento vaya más rápido y asertivamente a su final.

ER: Participé muy activamente, y aun lo hago aunque más esporádicamente, del taller de escritura creativa de la ciudad de Miami, donde vivo hace más de veinte años. Ese espacio coordinado por el escritor argentino Hernan Vera Alvarez, se configuró como un oasis en una ciudad que tiene muchos contrastes y demasiada frivolidad por habitante. Allí conocí un grupo de escritores que conformaron mi familia literaria.

También con la pandemia se abrieron otros espacios virtuales y participé en el taller de Marcelo Birmajer y en los talleres de Pedro Mairal y su consecuente “El Faro”, donde nos conocimos y nos acompañamos un grupo maravilloso de escritores latinos esparcidos por todo el mundo.

ER: Como escritor sigo siendo fotógrafo. Camino las calles capturando imágenes que me despiertan historias. Muchas veces, me encuentro grabando historias narradas en mi teléfono para que luego el comienzo de mis cuentos, nunca sean en página en blanco. Pero mi inspiración nace de pequeños acontecimientos que descubro en la vía pública y pienso en cómo narrarlos. Es mágico como se me empieza a construir la historia y como soy un escritor de brújula y no de mapa, voy donde la historia me lleve y me gusta sorprenderme cuando encuentro el final o más bien cuando el final me encuentra a mi.

ER: Soy muy fiaca corrigiendo. Lo procrastino tanto como puedo. En general me entusiasma escribir de una sentada (así como pretendo que mi lector me lea de una sentada) y luego esa historia queda madurando. Cuando la retomo en general no recuerdo de qué va la cosa y soy un lector más (el primero posiblemente) pero con permiso de corregir. Me entusiasma la idea de agarrar un texto que no recuerdo haber escrito y ahí enfocarme en mejorarlo.

No me encuentro con la página en blanco ya que utilizo cualquier elemento de mi día o cualquier observación casual como puntapié inicial de una historia que no se donde me llevará.

ER: Mis lectores argentinos dicen que mi escritura no respeta suficientemente la argentinidad y mis lectores latinoamericanos dicen que es demasiado argentino todo. Creo que voy narrando con esta voz que me viene habitando desde hace unos años. Una voz que fue mutando y que como su dueño, no es de aquí ni es de allá.

Muchas de mis historias siguen transcurriendo en las calles de Buenos Aires. Precisamente en las calles de una ciudad que ya no existe, porque se trata de una metrópolis que abandoné hace tantos años que solo existe en mis recuerdos.

ER: En Miami no hay tantas librerías para elegir. La que más nos convoca es Books and Books que hace unos años ocupa un lugar central en la literatura local. Había una librería especializada en literatura en español, pero no subsistió.

ER: Primero le preguntaría de por qué se habla tanto de los tres deseos del genio de la lámpara y a mi se me concede sólo uno. 

Le pediría que ganen los del centro en todo el mundo… me tienen un poco cansado los extremos y me cuesta mucho lidiar con ellos.

ER: El nuevo libro de cuentos de Samantha Schweblin: «El buen mal». Ella es una de mis escritoras favoritas y disfruto mucho sus cuentos.

ER: Un libro de cuentos cortos vinculado a la presencia/ausencia de Dios en la vida de las personas. Comenzó con un cuento para el taller de Birmajer y descubrí que tenía mucho en mi mundo interior para imaginar al respecto. 

ER: El cuento “Babelian” fue publicado en la antología: “No llores por mi America” (2020) Editorial ARS Communis. Escritores argentinos en USA.

Babelian. Eduardo D Rubin

Cuando era chico me reía de la forma en que mis familiares, provenientes de Varsovia, hablaban castellano. Conjugaban mal los verbos y tenían un acento que resultaba muy cómico. Estos “paisanos”, como se llamaban a si mismos, se comunicaban en idish entre ellos y parecía que se entendían a la perfección en ese idioma. Aquel niño nunca pensó que algún día sería él quien desconocería el buen empleo del idioma del lugar donde viviría.

***

En diciembre del 2001 los argentinos mirábamos la televisión horrorizados. La violencia estallaba en las calles y el Estado salía a matar a sus ciudadanos con la intención de, paradojas de la Historia, acabar con esa violencia. 

Los bancos, o el Estado, o la devaluación, se habían quedado con los depósitos de la gente y no había dinero para nadie. Se decía que había caravanas de camiones de caudales huyendo rumbo al aeropuerto con el dinero robado. 

Ezeiza, nuevamente, como la salida a tantos males…

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En ese diciembre muchísima gente se congregaba en el centro de Buenos Aires. Afuera de los bancos, argentinos estafados, tratando de sacarse el odio de encima, golpeaban las cortinas metálicas –recién instaladas– que los separaban de otros argentinos, trabajadores de esos mismos bancos, también estafados, sufriendo ataques de pánico. En cualquier momento la cortina que aguantaba el odio podía ceder a la fuerza de la manifestación.

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Durante los primeros meses del 2002 surgió la posibilidad de vivir en la Florida. No teníamos idea de lo que significaba emigrar. Creíamos que seria divertido cambiar nuestra incierta realidad por una previsible. Y a pesar de ser hijo de inmigrantes que tuvieron que escaparse de Europa dejando todo atrás, no tuve la capacidad de vincular sus experiencias a mis planes.

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Por mucho tiempo pensé que los norteamericanos no se entendían entre ellos cuando hablaban. Todo sonaba similar en mis oídos. Pensé que decían palabras sueltas y que por aproximación iban encontrando el significado. 

Y así fue que una de mis mejores herramientas, el manejo del idioma, se desvanecía frente a mi.

***

¿Qué pensaba la noche previa a tomar la decisión? ¿Quizás me dejé impactar por el periodismo que anunciaba que los pobres saldrían de sus barrios y saquearían nuestras casas? ¿Quizás resultaba muy fuerte la imagen de militares con armas largas, custodiando las puertas de los supermercados? Tal vez asustaba darse cuenta que todo eso nos estaba pareciendo normal.

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Creo que fue un impulso. Un grito interior de “aquí yo no me quedo”. Y fue así que vinimos a la Florida. Helena con trabajo y yo siendo el “amo de casa”. 

A tientas comprendí de qué se trataba mi nuevo universo. Me inserté en un mundo femenino del que tenía mucho que aprender. En las plazas de la ciudad los niños jugaban con madres que no trabajaban fuera de la casa. Y así obtuve cierta información que, en general, se nos retacea a los hombres: 

a qué hora hay que bañar a los niños  

o para qué sirve el triple antibiótico

cuántas actividades extraescolares existen 

que las medicinas se suministran con jeringas sin agujas

que las segundas marcas de los supermercados son igual de buenas que las top

o que se puede comer lo que se encuentra de oferta.

…Y cómo se llama ese joven que viene a solucionar cualquier desajuste en la casa: handyman

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 Sin demasiado preámbulo dejamos una vida atrás que seguía latiendo. Porque uno piensa equivocadamente que cuando ya no está transitando esas calles, aquello no existe. Pero no es así. Tu familia, tus amigos, todo lo que dejaste en tu ciudad sigue su ritmo, solo que no estás ahí para bailarlo.

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Hubo un mundial de futbol que prácticamente se me pasó por alto. De habernos quedado en Argentina hubiera sufrido cada partido, pero también los problemas de la gente en las calles.

Pasaba el tiempo en la Florida aferrado a canales de TV y radios argentinas, conociendo más sobre aquella realidad que me quedaba a 5000 millas, que la de los Estados Unidos. 

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Argentina siempre se ocupó de lo mismo. Nos echa. Nos expulsa. Pero a su vez nos retiene y nos engulle. Es que con su cordón umbilical ahorca cuando estamos dentro y alimenta cuando estamos fuera.

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¿ Qué recordaré cuando rememore esta época? ¿O no recordaré nada porque será mi propia negación? 

¿ Recordaré cuando fuimos todos en masa, a sugerencia del Señor Presidente Bush, a comprar cinta de embalar con el propósito de “sellar” del aberturas de la casa ante un eventual ataque bacteriológico ?

¿ O recordaré las charlas con maestras y otras mujeres en mi rol de padre presente cuando me preguntaban si los niños tenían madre ?

¿ O cuando para “take your child to work day” me preguntaba si los tenía que dejar en casa mirando como mantenía charlas por Skype con mi oficina de Buenos Aires? 

¿Recordaré cuando uno de mis hijos vino del colegio diciendo que su maestra le había “aclarado” que al Sur del Rio Grande todos éramos mexicanos?

–¿Cómo que somos mexicanos? No, hijo, somos argentinos y no es lo mismo. 

Mi hijo se quedó mirándome fijo, como preguntándose quién tendría mayor conocimiento, ¿su padre o su maestra? 

***

¿Tendré acaso más nítidos mis recuerdos anteriores? ¿Recordaré entonces cada esquina de Buenos Aires con significado para mi, y lograré sacarle un olor, una música o un sabor?. 

La ciudad nueva donde te fuiste no tiene recuerdos ni rincones. 

***

¿Cuándo fue que pensamos que se podía vivir en otro lado? ¿Cuándo creímos que cambiando el lugar de residencia, cambiaríamos algo dentro nuestro? Ahora comprendo que lo único que hemos hecho fue soltar amarras y no ser de ningún lugar. Como aquellos “paisanos” que cruzaron el océano en barco en busca de un futuro mejor y al llegar al puerto de Buenos Aires, el oficial de migraciones rebautizaba a cada uno cuyo nombre no podía pronunciar. A mi me rebautiza el barista de Starbucks. 

***


Qué paradoja increíble resulta la de irte de una tierra donde te pueden matar en la calle por un teléfono celular y llegar a otra, en busca de seguridad, en la que te pueden matar en un cine o en una escuela o en un templo. 

Jóvenes que no han alcanzado la edad para que les vendan una copa de alcohol, tienen sin embargo la suficiente para comprar un arma (o muchas). Cada sociedad con su hipocresía. 

***

¿Como recordaré a la distancia mi jura como ciudadano de Estados Unidos? Esa imagen ridícula de mí mismo agitando la banderita…  Aun agradecido al lugar que esta tierra me dio, se hace difícil compartir algunos de sus valores. No soy un fanático en esta sociedad repleta de ellos. Siento que este lugar no es mío. Y que ninguno lo es. ¿Habrá una banderita que agitar para quienes no nos sentimos de ninguna tierra en particular? 

Quizás podríamos elevar esa idea de generar un país con gente que ya no se siente parte de ninguno. Hay algo de esquizofrenia de vivir aquí y sentir que no te pertenece y añorar la tierra que te ha expulsado.

¿ Donde nos juntaríamos los que no nos sentimos parte de ningún país?

En lugar de jurar lealtad podríamos valorar la falta de ella. Y entonces no daríamos la vida por ningún territorio.

***

Tendríamos que juramentar lealtad al desarraigo. Cada uno de nosotros con un baúl donde guardar los elementos que nos remitan a nuestra identidad anterior. Si algo somos y nos identifica, es haber quedado atados a nuestro pasado, aunque allí no haya lugar para nuestro presente.

Todos andaríamos con las cajitas de las cenizas de nuestros antepasados a cuestas. ¿Ya que adónde la podríamos dejar? ¿En qué territorio? Claro, habría que asegurarse de ponerle el nombre a cada caja con marcador indeleble, no sea cosa que cuando le estás pidiendo ayuda espiritual al abuelo que se escapó de Polonia, te termines confesando con tu tía que huyó de Venezuela.

***

Creo que cada uno iría caminando las calles con algún letrero que indique procedencia tempo-espacial, ya que no es lo mismo quien se fue de Buenos Aires escapado de la dictadura en 1977, que quien tomó la decisión en una noche de diciembre del 2001.

Sin embargo, todos caminaríamos por las calles de nuestro nuevo terruño con la esperanza de sobreponernos a la madre de todas las decisiones. 

Me los encontraría en las calles de cualquier ciudad con sus letreros invisibles, aunque tan fáciles de reconocer: “sobreviví al tsunami de Indonesia 2004”, “pude escapar del Talibán en 2015”, “perdí todo en el corralito de Argentina”.

Entonces nos encontraríamos en una plaza con un anciano que sobrevivió al nazismo, en mangas de camisa, dejando al descubierto un número, intercambiando experiencias con un perseguido del franquismo. Un joven sirio escuchará una conversación entre un haitiano que tiene historias de terremotos y un Japonés con historias de tsunamis.

¿Será que ese territorio de almas despojadas ya existe? ¿Será que podríamos llamarlo New York, Chicago, Barcelona, Londres o Miami?

Eduardo D Rubin. (Buenos Aires, Argentina 1962) Es Psicólogo Social y Coach. Ha hecho su carrera en el ámbito de la publicidad y el marketing;  luego buscó refugio en la fotografía y bajo ese ropaje ha exhibido su trabajo en Hong Kong, Beijing, Shanghái, Barcelona, New York, Miami y Buenos Aires. En 2011 publicó su primer libro de fotografías de la serie “El Voyeur de la Ciudad” dedicado a Barcelona. Luego siguieron Beijing, Praga, Roma, Estambul, Venecia, Marrakech, Berlín y Eternal Diamond, sobre el glaciar Perito Moreno. Su pasión por la redacción publicitaria fue mutando en escritura creativa en el taller literario de Miami desde 2017. 

Su cuento “Babelian” fue publicado en “Don’t Cry for me, America” (ARS Communis 2020), antología de escritores argentinos en Estados Unidos; “Isabel” fue publicado en “Vacaciones sin hotel (Ediciones Aguamiel 2021) y “Andrea” publicado en “Relaciones Imperfectas” (Ediciones Aguamiel 2023). En 2023 publicó su primer libro de cuentos “Manoseados en el mismo lodo” (Editorial Sol62).

2 respuestas a “Eduardo Rubin”

  1. Avatar de loudly610f2ee68c
    loudly610f2ee68c

    Qué lindo recorrido de vida, el de Eduardo! Preciosa entrevista! (Vero Wied)

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  2. Babelian, una descripción del desarraigo cruda y magnifica!

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