Rosebud

Alejandra Jorquera

Siempre vuelvo.
Lo hago -me digo- porque hay que volver a los lugares en los que se ha sido feliz
aunque el mundo entero repita que no, que es en vano, que la felicidad que fue vivida es como un pájaro volando que no mira para atrás. Que ya fue. Pero yo vuelvo una y muchas veces más. Lo hago apostando a que todo quedó quieto, que cada espacio ha guardado un luto por mi partida, como si me hubiera ido a la guerra y los que no se fueron conmigo hubiesen tejido en mi ausencia un telar infinito para resguardar lo que era mío y a mí que era tan mía como nunca más.

Y hago trampas con las décadas que se me acumulan en el cuerpo y en la memoria que a ratos creo intacta, hasta que recuerdo que la memoria tiene geografía propia que tropieza con montañas y a veces con desiertos, y que cuando no llueve se seca el mapa que yo misma dibujé con lápiz mina, sin saber entonces que lo estaba dibujando y me quiebro como un rompecabezas de huesos rotos que necesita armarse una y otra vez para entender que lo vivido me pertenece, aunque ya nada sea igual a lo que fue y aunque el lápiz mina se haya ido borrando con los años que ya fueron.

Insisto. Peregrino por esa película que está hecha de horas trizadas, de árboles que han crecido sin que yo los viera crecer, de calles que han cambiado sus letreros y de coordenadas que se movieron en una danza telúrica que bailó sin mí, dejándome sentada en una banca lejana e imposible. Y aúllo. Aúllo un poco cada día; un mucho muchos días, porque así es la nostalgia, me susurro, así es la nostalgia, me grito. Así es mi Rosebud que no es triciclo.

Cuando vuelvo, hay momentos en que respiro el olor propio a maíz con gasolina que es igual a lo que huelen mis recuerdos y sonrío y bendigo mi olfato porque me confirma que estoy donde quiero estar, donde fui, donde me reí, donde los fantasmas eran de otros, no míos. Donde mi alegría infantil se balanceaba con la intrepidez de los que se sueñan inmortales, también infinitos.

Siempre vuelvo.

Pero me engaño y engaño. Porque mi amor no es desinteresado, porque espero algo a cambio: voy por el trueque que avisa ‘ya estoy aquí, devuélveme lo que yo era entonces’. Y sé que mi reclamo es un delirio, que las quimeras bailan en mi cara burlándose y que mi cuerpo me grita a distintas horas del día, mes a mes, año a año que mis cómplices se han ido igual como lo hicieron los juguetes con los que espié las nubes y sus formas mágicas con ombligos que respiraban por mi nariz de niña y mi boca atragantada de futuro.

Porfío. Camino caminos caminados y elevo oraciones paganas a mis muertos que sí existieron vivos y les pido que aparezcan y me regalen el milagro, que lo hagan entre las palmeras datileras que tanto quise, y ellos me escuchan y me abren las hojas, pero me recuerdan que ellos también han envejecido como lo he hecho yo, y en cada paso que doy voy dejando retazos de mis músculos, porque el tiempo primero siguió viviendo sin mí porque así es el paso del tiempo, del tiempo que fui.

Es mi viaje al recuerdo de una felicidad sin mácula, el rescate de lo fue; mi fuga
atemporal que me arranca por unos segundos de las heridas que hoy tengo y que no tuve antes. Es mi regreso a Ítaca, donde hay risas que quedaron pegadas en las grietas de las murallas como un musgo benevolente que abrazo con mis oídos, porque no pierdo la esperanza, aunque esté perdida, de que mi eco de entonces vuelva y me diga que, a pesar de todo y sobre todo, ahí, sólo ahí, por unos segundos, sigo siendo la niña más feliz del universo.

Santiago, Chile

Volver, siempre volverCollage Laura Tullio

Una respuesta a “Rosebud”

  1. Avatar de federico gana johnson
    federico gana johnson

    ¿Se puede dejar un comentario después de leer lo que he leído? El gozo del silencio sin palabras (o con todas las palabras del mundo) ante la majestuosidad respetuosa del paso del tiempo. Los agradecimientos muy sinceros ante esta confesión pura, sencilla como el agua de las vertientes que vienen con el tiempo entre las rocas, profunda como los sentimientos más íntimos, todo con suaves palabras vertiginosas. Gracias Alejandra, nos has regalado un tesoro de guardar y leer con tiempo.

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